La muerte ha sido siempre un tema escabroso para el ser humano, no sólo para las personas que lo viven de cerca como familiares y amigos, sino para la sociedad en general. Sin embargo, el envejecimiento de la población, el encarecimiento de la sanidad, la crisis económica, el incremento del laicismo en nuestras sociedades e incluso personas cansadas de vivir, abren la puerta a un debate ineludible: ante una enfermedad incurable que degrada nuestro cuerpo o alguien que crea haber vivido lo suficiente, ¿por qué no elegir el momento del adiós?
Distintas definiciones de muerte programada
En medio del debate sobre el derecho a morir dignamente surgen conceptos que a veces se confunden entre sí. Eutanasia, suicidio asistido y muerte digna no es lo mismo, aunque los tres términos forman parte de la elección de muerte que decide cada persona, pero que la población en general englobamos habitualmente en la expresión eutanasia. Llamemos a las cosas por su nombre
Muerte digna es la que se produce con todos los alivios médicos adecuados y los consuelos humanos posibles cuando una persona está en fase terminal de su enfermedad y va a morir irremediablemente. No es una muerte bajo petición ni a demanda.
Cuando se habla de suicidio asistido se hace referencia a la ayuda que recibe una persona que desea la muerte para suicidarse, incluidos el asesoramiento sobre dosis letales de medicamentos, la prescripción o el suministro de los mismos. Pese al asesoramiento, es el paciente el que voluntariamente termina con su vida.
La eutanasia es un acto médico que, de forma directa, provoca la muerte de una persona que previamente ha solicitado reiteradamente morir libre. Es decir, nadie puede tomar esa decisión por ella y sólo puede producirse bajo la supervisión de un médico.
“No soy feliz. Quiero morirme”
El científico australiano David Goodall es un ejemplo de alguien que recurre al suicidio asistido. Este profesor e investigador de la Universidad Edith Cowan de Perth deja un legado de decenas de trabajos de investigación, así como colaboraciones en revistas especializadas en ecología.
El profesor Goodall no padecía ninguna enfermedad en fase terminal, pero había afirmado que su calidad de vida se había deteriorado. “No soy feliz. Quiero morirme. No es particularmente triste”, declaró a la cadena ABC el día de su 104 cumpleaños, a principios de abril. “Lo que es triste es que me lo impidan. Mi sentimiento es que una persona mayor como yo debe beneficiarse de sus plenos derechos de ciudadano, incluido el derecho al suicidio asistido”, para él hubiera sido mejor morir en Australia, país donde ya había intentado un suicidio fallido que afectó negativamente a su estado de salud. Una caída sufrida tras este suceso desencadenó una serie de achaques que disminuyeron considerablemente su condición física.
En Australia, país de corte conservador, sólo el estado de Victoria autorizará la eutanasia dentro de ciertos límites. De acuerdo con esta ley, que entra en vigor en 2019, sólo podrán recurrir a esta opción las personas en fase de vida terminal y que tengan una esperanza de sobrevivir de sólo seis meses.
Por ello el profesor Goodall decidió acudir a la organización Exit y viajar a Suiza para cumplir con su deseo. Cuando el científico llegó al país alpino fue atendido por dos médicos, uno de ellos psiquiatra, quienes aprobaron que el anciano fuese sometido al suicidio asistido.
Siguiendo la legislación suiza, fue el mismo Goodall el que abrió la válvula para liberar el producto letal a base de pentobarbital de sodio, un sedante muy potente que en altas dosis detiene los latidos del corazón, mientras escuchaba la novena sinfonía de Beethoven. Su caso pone en el candelero esta particularidad, que Suiza comparte con un puñado de países en el mundo, de poder decidir el momento de interrumpir el curso de la vida, opción imposible en el país de origen de Goodall.
Por último, pidió que su cuerpo fuese donado a la ciencia y en caso de que no pueda ser usado, sus cenizas se esparcieran en algún lugar cercano a la institución, que tiene su sede en la ciudad de Basilea.
A quienes amamos y podemos disfrutar de la vida se nos hace difícil entender que alguien elija libremente morir. Pero, en virtud de esta incomprensión, negarle al otro esa elección implica imponer nuestra manera de relacionarnos con la vida como correcta a los demás.
Fuente de información
https://www.20minutos.es/noticia/3336310/0/cientifico-australiano-david-goodall-asistencia-suicidio-suiza/?utm_source=twitter.com&utm_medium=socialshare&utm_campaign=desktop