Imaginemos que cada día nos miramos al espejo y este nos devuelve una visión agradable, que nos gusta; un reflejo en el que hemos trabajado toda la vida. De pronto, ese espejo se rompe y cuando intentas juntar todos los trozos te devuelve una imagen desfigurada y muy diferente a la que veías. Puedes intuirte en esa imagen, pero no es a la que tanto tiempo y esfuerzo has dedicado. Algo parecido suelen experimentar las personas con daño cerebral sobrevenido. Por ello, cuando se produce una lesión cerebral supone un cambio radical en la vida de la persona afectada y en la de su familia. Situaciones cotidianas que antes se hacían con total normalidad ahora suponen un reto para todos. En este artículo nos centramos en la importancia que tiene la terapia ocupacional tras sufrir un daño cerebral en general, y un ictus en particular.
Una lesión cerebral con consecuencias variables
Con el término «ictus» nos referimos a cualquier trastorno de la circulación cerebral, de comienzo súbito, y que puede ser consecuencia de la interrupción del flujo sanguíneo a una parte del cerebro (isquemia cerebral) o por el contrario a la rotura de una arteria o vena cerebral (hemorragia cerebral).
El cerebro está formado por células (neuronas) y fibras nerviosas que controlan el resto de nuestro cuerpo. Es el responsable de actividades voluntarias como caminar, pensar o hablar, y también de actividades involuntarias como ver o parpadear. La afectación de cada persona va a depender del lugar y la extensión del daño, por lo que pueden aparecer diferentes alteraciones a nivel cognitivo (memoria, percepción o alteraciones del lenguaje) y sensorio-motor (hemiplejia, hemiparesia…), que pueden provocar o no dificultades a nivel afectivo-emocional o de desarrollo social.
Es fundamental reconocer los síntomas de un ictus (pérdida de fuerza o visión, dificultades de expresión y dolor de cabeza intenso de inicio brusco), ya que las primeras horas son fundamentales para su buen pronóstico. Desde el momento del daño, el trabajo del equipo de profesionales encargado de la atención de la persona irá encaminado a preservar las estructuras y funciones conservadas e intentar conseguir la máxima capacidad física, funcional y social para una adecuada reintegración en su entorno social, familiar y laboral.
Terapia ocupacional personalizada según las necesidades.
Tanto en la fase aguda como a largo plazo, la figura del terapeuta ocupacional va a ser muy importante para el día a día de la persona. Desde el inicio en terapia ocupacional se van a evaluar las capacidades y necesidades de la persona para desarrollar las actividades más habituales y la intervención irá dirigida a recuperar la máxima independencia en el desarrollo de las mismas.
En un inicio, cuando la lesión acaba de suceder, el tratamiento se centra en la prevención de alteraciones secundarias a la lesión, el desarrollo de programas de estimulación sensorial, y en dar pautas y apoyo psíquico a la familia.
Cuando la persona se encuentra estable, la terapeuta ocupacional valorará las capacidades y necesidades físicas, cognitivas, sociales y del entorno físico y social de la persona. Junto al paciente y la familia se consensuan objetivos de tratamiento, que irá enfocado al entrenamiento de las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria, reeducación de la destreza manual y mejora de la tolerancia al esfuerzo; buscando la recuperación de las capacidades sensoriales y motoras.
Dependiendo de la afectación, la persona podrá recuperar todas las actividades que realizaba antes de la lesión, solo algunas o precisar apoyo para la mayoría de ellas. En el primer caso habrá una fase de readaptación en la que el entrenamiento realizado tendrá que generalizarse al entorno físico y social de la persona.
En los casos en que las secuelas, con mayor o menor intensidad, se mantengan en el tiempo, el tratamiento sigue en diferentes recursos asistenciales en los que se trabaja por identificar las necesidades y deseos de la persona y la familia para generalizar aquellas actividades conseguidas e identificar y entrenar otras nuevas, desarrollar programas de ocio, favorecer la máxima integración social, orientación laborar y adaptación del puesto laboral.
La incidencia global del Ictus en España no se conoce con precisión y se estima que puede oscilar entre 120-350 casos por 100.000 habitantes/año. Las tasas se duplican por 10 en la población mayor de 75 años.
Cabe mencionar que el Día Mundial del Ictus se celebra cada 29 de octubre, con el propósito de mejorar la prevención de esta patología y sensibilizar a la sociedad sobre la gravedad de dicha situación.
Está claro que cada caso puede presentar una patología distinta, pero con un programa interdisciplinar de rehabilitación del ictus realizada por un buen equipo de profesionales, puede mejorar considerablemente.