Cuenta una leyenda japonesa que hay personas predestinadas a encontrarse, unidas por un hilo rojo que los dioses han atado a sus meñiques. En nuestro siglo, sin embargo, parece que estos hilos que unen a las personas se están rompiendo. Cada vez hay más gente, pero cada vez más sola, un problema que afecta especialmente a las personas mayores. ¿Cuántos caminan por la calle con la soledad como única compañera? ¿Cuántos ni siquiera salen de casa? Si los dioses no nos ayudan, ayudémonos las personas.
La esperanza de vida sigue aumentando en nuestro país, un dato alentador. Sin embargo, el estilo de vida va cambiando conforme avanza la edad, y en muchas ocasiones sucede que las personas mayores van encontrando más dificultades para poder seguir con una vida social plena.
La soledad como problema multifactorial
A ciertas edades, los hijos se han marchado de casa, y en el peor de los casos, la pareja o los amigos han fallecido. Para poder seguir teniendo relaciones sociales las personas mayores se ven cada vez más obligadas a salir de casa, un hecho que puede no ser fácil en función de las infraestructuras que presente la vivienda, o de la movilidad de la propia persona para caminar sola. A esto se le une que la vida en las ciudades cada vez es más hostil para los ancianos, los ritmos de vida han cambiado, las barreras arquitectónicas a veces son insalvables, los comercios tradicionales donde el tendero te conoce personalmente se han ido sustituyendo por franquicias y grandes superficies, y la situación de las pensiones hace que la economía resulte un factor limitante. El barrio de toda la vida ha pasado a ser un lugar desconocido para la persona.
La soledad es un problema social, porque es el resultado de la falta de relaciones sociales. Pero la soledad no tiene que ver tanto con la edad de por sí, como con circunstancias del envejecimiento que hacen que las personas mayores sean más vulnerables a ella. Además, las relaciones sociales son cada vez las débiles. Herramientas como Facebook o Whatsapp facilitan la conexión con mucha gente, pero son relaciones a menudo más superfluas y efímeras, donde un solo clic puede hacer que la amistad no continúe, una dinámica a la que la persona mayor no está acostumbrada.
El recuerdo como piedra de apoyo
Pero, la alegría en la vejez también se puede potenciar a través del recuerdo. Por ello, en la medida en que los mayores recuerden las grandes amistades que han labrado, el amor que han sentido o los éxitos profesionales alcanzados, mejorará su estado anímico. Asimismo, algunas personas mayores dejan de soñar porque piensan que ya lo han vivido todo. Sin embargo, hay que seguir marcándose metas, que no tienen que ser grandes proezas, pero sí objetivos que a uno le estimulen y le hagan más agradable la rutina.
Quizás deberíamos aprender de ellas a tener un poco más de paciencia. Hoy os invitamos a escuchar las sabias palabras de una mujer mayor llamada Conchita. Le agradecemos su tiempo y enseñanzas.