Coronavirus: presente, pasado y futuro de la piel

Hasta hace pocas semanas podíamos abrazar a los mayores sin temor, los niños asistían a las escuelas en grupos y podían ir a los parques, las mascarillas y los desinfectantes no eran artículos de primera necesidad y la primavera era un tiempo para disfrutar en el exterior, tomar el sol y salir de vacaciones. Además, todos estábamos muy ocupados atendiendo asuntos que considerábamos ineludibles, sin plantearnos en muchos casos si nuestro comportamiento era el más adecuado o si nuestros hábitos eran los más recomendables, ni de qué manera nuestras decisiones y acciones pudieran estar afectando a los demás o al planeta. Estábamos todos tan ocupados…y así han ido pasado los días, las semanas y los años.

El virus que cambió nuestra forma de vivir

Sin embargo, un agente muy infeccioso, el ya conocido coronavirus, pronto generó el hashtag #YoMeQuedoEnCasa, una nueva dinámica a la que nos estamos acostumbrando todos, en la que nuestra casa se convierte en el espacio vital para todo: vida familiar, social (por videollamadas o teléfono), laboral y ocio conviven en un mismo lugar, con un mismo interiorismo y decoración. El espacio doméstico inevitablemente se reconfigura, se adapta a las nuevas necesidades y empezamos a tomar conciencia de lo que nos gusta y lo que no, lo que es práctico, lo que nos falta y lo que queremos cambiar. Nuestra relación con la casa y con nuestra manera de habitar los espacios se está modificando. También la desaparición repentina de nuestras rutinas nos ha obligado a enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestra fragilidad, a nuestra soledad. Sin el escudo reparador de la cotidianidad, el miedo ha llamado de repente a nuestra puerta. Además, una pregunta ronda en este encierro: ¿cómo será la vida después del coronavirus? ¿cómo lucirá el mundo cuando las puertas se abran?

 

 

 

 

 

 

 

Para entender el futuro que nos espera es clave asimilar que mientras no exista una vacuna eficaz extendida en todo el mundo tendremos que vivir supervisando muy de cerca los movimientos del virus. Por ello, el coronavirus no terminará cuando acabe el estado de alarma de nuestro país, o cuando diferentes países del mundo comiencen a descender sus cifras de contagiados. Para acabar con el COVID-19 se necesitará cambiar, durante al menos un periodo de tiempo, nuestro modo de vida.

Los expertos por ejemplo hablan de que las salas de cine establezcan por norma una separación de un metro entre butacas; que se evite la saturación de los gimnasios obligando a sus usuarios a reservar primero como si se tratase de una consulta médica e incluso establecer la geolocalización como requisito antes de subir a un avión para saber si se ha estado expuesto al coronavirus.

Aprender a gestionar las muestras de cariño

También vemos cómo las familias extreman las precauciones y prescinden de los abrazos, sobre todo cuando existen sospechas de poder estar infectados, para evitar la propagación del virus. Los casos más dramáticos son los de quienes pierden a sus seres queridos y no pueden ni siquiera sentirse arropados en un funeral con el cariño necesario en esos momentos. Es en estas ocasiones cuando más nos damos cuenta de lo presentes que están los abrazos en nuestras vidas y de cuánto los necesitamos.

Este gesto de cariño está tan presente en nuestro día a día que muchísimas veces no somos conscientes de ello. Nos acostumbramos a él de tal forma que llega a perder su significado, convirtiéndose en un acto mecanizado y automático.

Sin embargo, en estos tiempos de confinamiento nos damos cuenta de la importancia de tocar, arropar, acompañar, calmar, acoger… abrazar. Cuando alguien nos ofrece un abrazo nos está recomponiendo, nos carga de energía, nos inyecta calor, nos da su cariño, nos alivia, nos consuela.

En cambio, los saludos ahora son con los ojos, con la sonrisa debajo de la mascarilla, con la mano que no termina de salir del bolsillo. Dejamos de darnos besos reales para enviarnos emojis a través de internet. Las medidas de prevención ante la COVID-19 también están cambiando nuestros hábitos cotidianos, pues es más saludable quererse a la distancia que correr a abrazar a cualquiera.

Curiosamente el Día Internacional del Beso se celebró este pasado 13 de abril como un homenaje al beso de más larga duración que se ha registrado en la historia, el cual ocurrió en Tailandia. Esta fecha es un recordatorio de la importancia que tiene el beso para las relaciones humanas. Sin embargo, este año se ha debido evitar festejar, en la medida de lo posible. ¿El motivo? Sí, una vez más, el coronavirus. El amor y el afecto no van a desaparecer por no dar un beso, pero al no hacerlo, podrás estar salvando la vida a las personas que quieres.

En Gerosol queremos recodar que las personas mayores cuentan mucho en nuestra sociedad y han acumulado experiencias que pueden servir de gran ayuda en una situación extraordinaria. Y es que, en tiempos de aislamiento por el coronavirus, las palabras se convierten en los abrazos que no podemos darnos.

 

 

 

 

 

 

En esta sociedad donde el individualismo y la capacitación son consideradas grandes virtudes que debemos desarrollar las personas para destacar, llega un microorganismo que nos vuelve vulnerables a todos, sin hacer distinciones entre género, raza, o nivel socioeconómico. Las personas con discapacidad, por tradición social, somos consideradas como colectivo vulnerables, somos los «dependientes». Creo que este virus demuestra lo que muchos ya sabemos desde hace tiempo: la necesidad de reconocer la interdependencia entre unos y otros. Todos necesitamos ayuda de los otros, en mayor o menor medida, todos somos vulnerables. Es hora de cambiar de paradigma: del individualismo al colectivismo. Este virus se combate con solidaridad

Confiemos en que aprendamos a valorar como sociedad la esencia de las cosas que nos rodean: de cada sonido, de cada paso, de cada rayo de sol; cada soplo de viento. Quizás, después de otro repunte de sobreexposición en las redes para mostrar nuestra vuelta a la normalidad, prescindamos de ellas para acabar así con vicios actualmente adquiridos y dedicarnos a vivir de las pequeñas grandes cosas que nos aporta la vida, aquellas que el confinamiento nos hace volver a sentir, como el echar de menos a familiares y amigos, echar de menos los abrazos, esos que hoy en día se han roto arrebatados entre semejantes, entre familiares.

No podemos cambiar los hechos, pero sí elegir nuestra actitud ante ellos. ¡Elijamos ser felices cada día!